Caso: Lara.
Pre
entrevista telefónica: luego de 6 llamadas a las que corto porque nadie
responde, un sonido me obliga a detenerme por más de 3 minutos y no sin
dificultad, la voz de una mujer tartamuda pide un turno.
Entrevista:
La joven tiene 29 años, trigueña, cabello largo recogido, muy delgada y
ojerosa. Intenta decirme para qué viene y de parte de quién.
La
dificultad para hablar se intensifica y entonces, le ofrezco un vaso de agua y
cuaderno
con lapicera. Escribe.
El
motivo de consulta: “deshacerse de
su hermana”, librarse de ella, echarla de su casa. Hace un mes falleció su
abuela con la que vivía desde los trece años y la soledad la indujo a pedirles
a su hermana y sobrinos, que vinieran a instalarse en su vivienda.
Surgen
conflictos familiares molestos y decide volver a separarse de su hermana. Como ésta y
sus sobrinos estaban alquilando, Lara siente mucha culpa por esta decisión, dado que, no tienen dónde ir.
Durante
6 (seis) meses, las sesiones se vinculan casi completamente con la manera de
echar a su hermana de la casa de su abuela. Lara comienza a hablar fluidamente,
con algunas imperfecciones menores. Pasa de una posición sumisa a una
provocadora (por ejemplo: estira las piernas y apoya los pies en una silla sin
mi permiso, trae un termo y me convida con un mate que acepto, mientras le pido
que baje los pies de la silla porque se ensucia. ¿Te parece justo cambiar un mate
por lavar el almohadón? Ríe, “no, tiene razón” y retira sus
pies.
Durante
las siguientes sesiones ocurre algo con mi voz,
cuando la paciente tartamudea yo también, no
puedo hablar sin tartamudear. Aquí ocurre algo curioso. La paciente se ríe
de la situación y habla fluidamente.
Observación: cuando superviso,
preocupada por mi tartamudeo al tratarla me dicen que tengo con ella una
transferencia excelente. He conseguido lo que se denomina disociación
instrumental. Mi parte de analista está metida en Lara, la otra observa. Sé que
parece extraño, pero este episodio me vuelve a ocurrir cuando atiendo
extranjeros, rápidamente incorporo el acento, en otras palabras: puedo
disociarme junto con el analizante. También puedo sentir un rechazo
contratransferencial con otros, en cuyo caso, los derivo. Técnicamente no es
necesario hacerlo, pero si este estado perdura en el tiempo, no me resulta
agradable y siento que no provoco beneficios. Lo derivo. Es mi estilo. Cada
terapeuta tiene el suyo.
Vuelvo a Lara.
Lara
sostiene ante algunas preguntas, que su hermana se aprovechó de ella porque es
la “mudita”.
Aquí mudita aparece como objeto. Manifiesta no tener ningún problema físico y
que la doctora le recomendó hacer terapia. Utilizo enunciaciones en forma de
pregunta por lo general para intervenir al estilo de ¿descartarte alguna dificultad
física que te impide arrancar para hablar? La
palabra arrancar es muy
utilizada durante la terapia por ella y consecuentemente por mí. La remite a
significantes muy diversos que adquieren el semblante del arranque algunas veces como
efecto y otras como motor.
Confieso
que el tema de su tartamudez no era motivo de consulta de la paciente y mi
propio fantasma hace que lleguemos a él. Hoy y a la distancia, podría haber
trabajado la cuestión del objeto “mudita”
desde otros significantes.
Su
madre fallece cuando Lara tiene 4 años sufre de epilepsia y es muy golpeada por
su padre. La mamá convulsionaba hasta que su papá para que parara, le pegaba y
entonces ella aterrorizada, esperaba, que su mamá volviese a “arrancar”. Cuando le pregunto por el padre se
molesta conmigo y dice, el padre es “un borracho desde siempre”. Entonces,
digo: ¿Tu mamá enferma y tu papá también? ¿Nunca se trató
tu papá por su alcoholismo? Luego de este encuentro Lara restablece la
relación con su padre y comienza a compartir con él, algunos libros; lo
redescubre. Se entera por ejemplo, que lee historia egipcia y me relata
contenta que ahora entiende el motivo de su fascinación por los egipcios. No
vuelve a mencionar el tema bebida.
La
paciente está tan caída del otro social, que el vínculo diferente con su padre
construye una mínima red social de contención. Por eso, no enfatizo en la
cuestión del arranque. En verdad, me inquieta un posible desencadenamiento y
todavía no arribo a un Diagnóstico
Diferencial.
La intervención sobre el padre, ayuda
mucho. Su padre pasa de ser un “borracho” a un “enfermo”. En su necesidad
afectiva Lara se reencuentra con él, desde otro lugar. Mamá enferma y papá
también, ergo, no puedo castigarlos por ello.
Durante
unos meses Lara comienza a leer además de libros de historia, novelas. Le
facilito material conforme surge su deseo temático. Comienzo a llamarla no por
su nombre sino, por el futuro título, entonces, Lara, decide terminar el
secundario. Adeuda 4 materias y las
rinde bien. Es un momento de bienestar, conectada con el placer y su decisión
de concretar un proyecto beneficioso para ella.
Al rendir la primera materia, recibo un
mensaje de texto “Estoy muda no puedo
dar el examen” La llamo: “Seguro podés escribirlo”. “No quiero que
sepan lo que me pasa, nadie sabe” Escribí que te duele la garganta. Mucha
gente cuando tiene faringitis se queda muda. A las 3 horas
aproximadamente me llama “¡pude, pude!,
¡la di bien! Hablé”.
Lara muda el silencio doloroso de la
espera incierta, por una voz, que aunque tartamuda, es voz al fin. Ningún
docente podía, decirle algo al respecto. Lo sabía pero no podía decírselo.
Esta paciente necesita reconstruir no
sólo el significado de su pasado sino el significado y el uso, de sus propios
recursos. Así como parte de su soledad, cede al cambiar su sentido sobre el
padre, su examen también, cuando piensa que existe otra manera, de hacerlo.
Escribirlo.
Hasta aquí, ratifico mis dos
hipótesis. 1) Deconstruir alcohólico por enfermo (adicto es un enfermo) y 2)
Deconstruir voz por escritura. La tercera hipótesis está en epojé pero la
palabra es “mudita”.
Observación: en la filosofía
fenomenológica, epojé significa algo así como (suspensión del juicio); en tal
sentido, la utilizo.
A
esta altura me doy cuenta de que la tartamudez de Lara puede mejorar pero no,
curarse, por lo menos conmigo, así que escribo en mi historia clínica: 4 hipótesis, Lara tiene que
aceptarse como es, sin importar la opinión de los otros. Cuando escribo esta
hipótesis reafirmo la identidad de Lara porque es lesbiana y sufre mucho,
cuando le preguntan por qué no tiene novio. Su padre no sabe de su
homosexualidad, no lo sabe su abuela, tampoco su hermana. Cree que nadie en su
familia lo sabe. (En ese momento, en Argentina no existe la libertad que luego,
aparecerá de la mano de otro gobierno progresista).
Luego
de varias sesiones descubro que, no es su homosexualidad el motivo del nuevo
alejamiento del hogar paterno sino la culpa
por no aceptarse perdonando al padre.
Para
ella, el alcoholismo del padre no justifica, lo que hasta ese momento es motivo
prácticamente del asesinato de su madre. (Todos los recuerdos de ella, son
vertidos por su abuela materna, Lara recuerda muy poco) Por eso, refuerzo las
intervenciones para extraer de ella la culpa y aunque sea, una parte de la
verdad de su historia familiar rastreada por ella y no, relatada por su abuela.
Lara
como tantos padecientes, ha sido hablada por el dolor de otros y ella ha
perdido contacto con su verdadero ser.
Develación
de la 3º hipótesis: deconstrucción de
“mudita” por “mudarse”.
Durante
las sesiones aparece finalmente el origen de su tartamudeo. En el relato sobre
su primera infancia. A los 6 (seis años) la cambian de escuela porque se mudan.
Ella se siente triste, sin compañeras conocidas, en una nueva casa, barrio, en
fin, todo el estrés que supone una mudanza, agrandado por su pequeña edad.
Resumo:
la escena es la siguiente: Lara está en el aula con sus nuevos/as compañeras de
escuela y la maestra comienza a tomar asistencia. Es su primer día de clase. A
cada nombre y apellido de la lista, le sigue una respuesta o un gesto de
levantar el brazo. Ella comienza a escuchar “presente”, “presente” y piensa
aterrada, ninguno levanta el brazo, todos responden presente. En ese momento
escucha “Lara X” quiere responder y no puede. Sus compañeros comienzan a
burlarse de ella, con risas inapropiadas, vociferan: ¡la mudita! ¡La mudita! Lara convulsiona y se desmaya.
Narro
puntualmente esta escena porque según lo trabajado durante su terapia, ella
había quedado tartamuda, cuando su madre murió a causa de la golpiza de su
padre. No fue así. Esta sesión marca un antes y un después en la veloz
recuperación de Lara.
El
caso llevó una psicoterapia de 4 (cuatro años), hubo tiempos de descanso
propuestos por mí, por tanto, objetivamente podría decir: 3 (tres años).
El
eje de la terapia es análisis pero direccional (se interviene en ocasiones con
fortalecimiento de metas, directrices, emergentes del propio analizante).
El
caso Lara tiene otras aristas, otras sesiones y otros momentos de regreso a la
terapia con duraciones breves. La
cuestión es que, cada tanto, Lara regresa a contarme una meta realizada. Una de
ellas, ha sido terminar la carrera universitaria y otra, casarse con una jovencita
encantadora.
Ha
logrado que su padre ayudara a que su hermana se mudara con sus hijos a una
parte de su casa. Y todos mantienen una relación bastante armoniosa.
Es
bastante habitual que en mi terapia incluya la ética y la solidaridad como
manera de erradicar la culpa. Creo que además de ayudar a otros padecientes,
(familiares de los analizados) los saco de ese lugar, que no me agrada, de
ocuparse sólo de ellos mismos y liberarse de la culpa, desde un solipsismo a mi
entender poco ético y poco pragmático.
Hasta
aquí, habrán notado que quedaron muchos puntos en el tintero pero es un
comienzo.
El
próximo caso, tal vez, se trate también de Lara (es extenso) o de otro. Mi
idea, es incorporar mi técnica en cada uno de ellos.
Ojalá
encastre, y les resulte ameno.
Un
saludo afectuoso, Adriana Silvia Deza.