INTRODUCCIÓN
En la vida
mantenemos relaciones de todo tipo, algunas poco trascendentes, otras
enriquecedoras, creativas y a veces también, relaciones que desgastan, nocivas,
que pueden avanzar en escaladas
provocando deterioros graves que pueden provocar la paralización o muerte psíquica, emocional
e incluso física.
Tomaremos para
esta primera aproximación al tema, los escritos de Marie Hirigoyen “Acoso
moral; el maltrato psicológico en la vida cotidiana”. (1998 Èditions La
Dècouverte y Syros - París) extrayendo
de estos textos pasajes que nos sirvan de disparadores para reflexionar sobre
el tema, intentando provocar el
movimiento que permita, llegado el caso,
identificarnos (o identificar a terceros) con estos vínculos que suelen “aparecer” como “desapercibidos” e
intentar a través de este espacio, ofrecer ayuda para poder intervenir a tiempo a quien lo desee.
… todos hemos
sido testigos de ataques perversos en uno u otro nivel, en la pareja, en la
familia, en la empresa o en la vida política y social. Sin embargo parece que
nuestra sociedad no percibiera esa forma de violencia indirecta.
Tomando la
modalidad de la autora, nos referiremos en estos casos como “perverso” al
“agresor”. Luego determinaremos el
contenido nosográfico de cada terminología.
Estas relaciones,
precedidas por agresiones, derivan de un proceso inconsciente de destrucción
psicológica, formado por acciones hostiles evidentes u ocultas, de uno o varios
sujetos, hacia un individuo determinado. Por medio de palabras sin importancia
aparente, de alusiones, de insinuaciones, conductas sutiles etc. es posible
desestabilizar a alguien, e incluso destruirlo sin que su círculo de allegados llegue a intervenir.
Todo individuo
“normalmente neurótico” presenta comportamientos perversos en determinados momentos
(por ejemplo enojo, rabia), pero también es capaz de pasar a otros registros de
comportamiento y sus movimientos les dan lugar a un cuestionamiento posterior.
Un individuo perverso, en cambio, es permanentemente perverso; se encuentra
fijado a ese modo de relación con el otro y no se pone en tela de juicio a sí
mismo en ningún momento.
Estos sujetos
sólo pueden existir si “desmoronan” a alguien; necesitan rebajar a los otros
para adquirir una buena autoestima y mediante ésta, adquirir el poder ya que están
ávidos de admiración y aprobación.
La perversión
fascina, seduce y da miedo. Saben manipular de un modo natural, lo que parece
una buena condición en el mundo de los negocios o la política, instintivamente
se puede sentir que es mejor estar con ellos que contra ellos; muchas veces, el
más admirado es aquel que sabe disfrutar más y sufrir menos. Entonces una
manera actual de entender la tolerancia consiste en abstenerse de intervenir en
las acciones y en las opiniones de otras personas aun cuando estas opiniones o
acciones nos parezcan desagradables o incluso moralmente reprensibles.
Manifestamos asimismo una indulgencia inaudita en relación con las mentiras y
manipulaciones que llevan a cabo los hombres poderosos. ¿No corremos el riesgo
de erigirnos en cómplices, por indiferencia, y de perder nuestros límites o
nuestros principios? La tolerancia pasa necesariamente por la instauración de
unos límites claramente definidos. Este tipo de agresión consiste en una
intrusión en el territorio psíquico del otro. El contexto sociocultural actual
permite que la perversión se desarrolle porque la tolera. Solo nos volvemos a
encontrar con nuestra capacidad de indignarnos cuando los hechos aparecen en la
escena pública, presentados y amplificados por los medios de comunicación.
Existen
manipulaciones anodinas que dejan un rastro de amargura o de vergüenza por el
hecho de verse engañado, pero también existen manipulaciones mucho más graves
que afectan a la misma identidad de la víctima y que son cuestión de vida o
muerte.
La víctima,
aunque reconozca su sufrimiento, no se atreve realmente a imaginar que ha
habido violencia y agresión. Duda “no
seré yo quien inventa todo esto, como algunos me lo sugieren?”. Cuando se
atreve a explicar lo que le ocurre, tiene la sensación de expresarse mal, de
que no se le comprende.
Los pequeños
actos perversos son tan cotidianos que parecen normales. Empiezan con una
sencilla falta de respeto, con una mentira o con una manipulación. Si el grupo
social donde se presentan no reacciona, estos actos se trasforman
progresivamente en verdaderas conductas perversas. Al no tener seguridad de ser
comprendidas, las víctimas callan y sufren en silencio pero también pueden,
arrastradas a ese juego mortífero, reaccionar a su vez de un modo perverso, pues
cada uno de nosotros puede utilizar este tipo de relación de un modo defensivo.
Esta destrucción
moral existe desde siempre, se puede presentar tanto en familias, en las que se
mantiene oculta, como en ámbitos laborales, políticos o educativos.
Frente a algún
indicador, indicio de que uno o un tercero pueda estar sufriendo cualquier tipo
de violencia / abuso, se debe buscar enseguida ayuda. Contactar con líneas
locales de asistencia a situaciones de violencia, con un referente personal,
familiar, amigo etc. y buscar atención psicológica que pueda ofrecer, en
conjunto, sostén, acompañamiento, elaboración y resolución del conflicto.