lunes, 3 de junio de 2019

Violencia Perversa en la Pareja



La relación de acoso, podemos decir que se desarrolla en dos fases, una de seducción perversa y la otra de violencia manifiesta. La primera, se instaura gradualmente durante los primeros tiempos de la relación a través de un proceso de seducción. En esta fase de “preparación” se desestabiliza a la víctima, que pierde progresivamente confianza en sí misma. Primero hay que seducirla y luego, lograr que se deje influir para, finalmente, dominarla,  con los que se la priva de toda parcela de libertad posible. 

La seducción consiste en atraer irresistiblemente pero también en corromper y sobornar. El seductor falsea  la realidad y opera por sorpresa y secretamente. Ataca de modo indirecto a fin de captar el deseo del otro, de ese otro que lo admira y que le devuelve una buena imagen de sí mismo. La seducción perversa utiliza el instinto protector del otro. 

Consiste en hacer creer al otro que es libre, aun cuando se trate de una acción insidiosa que priva de libertad al que se somete a ella. Al anular las capacidades defensivas y el sentido crítico de la víctima, se elimina toda posibilidad de que ésta se pueda rebelar. Este es el caso de todas las situaciones en las que un individuo ejerce una influencia exagerada y abusiva sobre otro, sin que este último se dé cuenta de ello. El poder del seductor hace que la víctima se mantenga en la relación de dominación de un modo dependiente, mostrando su consentimiento y su adhesión. 

Puede traer consigo amenazas veladas o intimidaciones. Este dominio, con su componente destructivo, neutraliza el deseo del otro y anula toda su especificidad. En cuanto se vuelve incapaz de reaccionar y queda literalmente “anonadada” se convierte en una cómplice de lo que la oprime. No se trata de un consentimiento por su parte, sino de que ha quedado codificada, se ha vuelto incapaz de tener un pensamiento propio y solo puede pensar igual que su agresor. Ahora bien, si la víctima es demasiado dócil, el juego no resulta excitante. Tiene que ofrecer una resistencia suficiente para que al perverso le apetezca prolongar la relación, pero la resistencia no puede ser tampoco excesiva, porque entonces se sentiría amenazado. El perverso tiene que poder controlar el juego.

Todas las víctimas mencionan su dificultad para concentrase en algo cuando su perseguidor está cerca. Este último, en cambio, se presenta al observador con aire de perfecta inocencia. Las víctimas se sienten ahogadas y se quejan de no poder hacer nada solas. Tienen la sensación de no disponer de espacio para pensar. Al principio, obedecen para contentar a su compañero, o con una intensión reparadora, porque adopta un aire desdichado (más adelante obedecen porque tienen miedo). Este camino no conduce a ninguna parte, pues no hay manera de colmar al perverso narcisista. Muy al contrario, la manifestación de una búsqueda de amor y de reconocimiento desencadena su odio y su sadismo.

El agresor mantiene a la víctima en tensión, en un estado de estrés permanente. En general, los observadores externos no perciben el dominio, incluso pueden negar determinadas evidencias. Se puede iniciar así un proceso de aislamiento. La víctima ya ha sido acorralada en una posición defensiva, y esto la conduce a comportarse de un modo que irrita a sus allegados. Estos comienzan a verla como una persona desabrida, quejumbrosa y obsesiva. En cualquier caso ha perdido su espontaneidad. La gente no termina de comprender qué ocurre, pero se ve arrastrada a juzgar negativamente a la víctima.

Las  agresiones son sutiles, no dejan un rastro tangible y los testigos tienden a interpretarlas como simples aspectos de una relación conflictiva o apasionada entre dos personas de carácter, cuando en realidad, constituyen un intento violento, y a veces exitoso, de destrucción moral e incluso física.

En la pareja, el movimiento perverso se inicia cuando el movimiento afectivo empieza a faltar o bien cuando existe una proximidad demasiado grande en la relación con el objeto amado. Un  individuo narcisista impone su dominio para retener al otro pero también teme que el otro se le aproxime demasiado y lo invada. Pretende por tanto,  mantener al otro en una relación de dependencia, o incluso de propiedad, para demostrarse a sí mismo su omnipotencia. La víctima inmersa en la duda y la culpabilidad, no puede reaccionar.

Este proceso solo es posible gracias a la excesiva tolerancia de la persona agredida. Puede deberse a beneficios inconscientes, esencialmente masoquistas, que la víctima puede obtener de la relación. En la mayoría de los casos, el origen de la tolerancia se halla en una lealtad familiar que consiste, por ejemplo, en reproducir lo que uno de los padres ha vivido o aceptar el papel de persona reparadora del narcisismo del otro, una especie de misión para lo que uno debería sacrificarse.

La violencia perversa aparece en los momentos de crisis cuando un individuo que tiene defensas perversas no puede asumir la responsabilidad de una elección difícil. Se trata de  una violencia indirecta que se ejerce esencialmente a través de una falta de respeto.

Por ejemplo, la negativa a responsabilizarse de un fracaso conyugal se encuentra a menudo en el origen de una basculación perversa. Un individuo que tiene un fuerte ideal de pareja, mantiene relaciones aparentemente normales con su cónyuge hasta el día que debe elegir entre esa relación y otra nueva.  Cuánto más fuerte sea su ideal de pareja, más fuerte será su violencia perversa. No puede aceptar esa responsabilidad. Su cónyuge deberá cargar con ella completamente. Si el amor disminuye, considera culpable a su pareja por una falta que ésta habría cometido y no se nombra.

La toma de conciencia de la manipulación coloca a la víctima en un estado de angustia terrible.  Al no disponer de un interlocutor, no se puede liberar del mismo. En este estadio, las víctimas, además de ira, sienten vergüenza; vergüenza  por no haber sido amadas, por haber aceptado humillaciones, por haber padecido.

Estos procesos adoptan un modo particular de comunicación que se basa en las actitudes paradójicas, las mentiras, el sarcasmo, la burla y el desprecio.