Actualmente la
psicopedagogía ha alcanzado un protagonismo inusitado en nuestro país. Este protagonismo
se debe a las gestiones de distintas agrupaciones que buscan reivindicar los derechos y espacios
propios de trabajo de la psicopedagogía en los diferentes contextos de
aprendizaje.
Todos/as los/as
psicopedagogos/as conocemos cuáles son los diferentes contextos laborales donde
nos podemos desempeñar: ámbitos laboral, educacional, comunitario y clínico. En
el tiempo que llevo como psicopedagogo he desempeñado mi profesión en dos
trabajos: un programa de prevención focalizada de la red Sename y en la
fundación Saint Germain que se dedica a atender a la población infanto-juvenil
con problemas de consumo de sustancias psicoactivas de tipo perjudicial y
dependiente.
En el trabajo de
evaluación de los usuarios para determinar las áreas psicopedagógicas que
habían que intervenir, me he enfrentado con un dilema; por una parte, tenía los
instrumentos de evaluación que me habían enseñado en los años de formación pero,
por otra parte, me daba cuenta que la población que estaba atendiendo, no se ajustaban
a los parámetros de evaluación tradicional que me habían enseñado cuando había
estudiado y no los consideraba inadecuados para ser aplicado a dicha población.
En esta misma
época me encontraba leyendo algunos autores que me mostraron otra forma de
evaluación (Max Pulver y Erigh Wartegg), además conté con la ayuda de un colega
que ya se había enfrentado a este dilema en su ejercicio profesional
A partir de esto
pude comenzar a reorientar el enfoque
tradicional de evaluación psicopedagógica y comencé a incorporar pruebas
proyectivas e instrumentos de evaluación asociado al dinamografismo
(decodificación de cualquier manifestación gráfica).
Estos dos
autores, Pulver y Wartegg, me entregaron indicaciones para poder analizar las
pruebas proyectivas y, a su vez, ligarlo al aprendizaje. El aprendizaje tiene
como punto de partida el input (entrada) a través de la percepción y el
estímulo de la hoja en blanco, luego debe tomar una decisión a través de la respuesta
y, finalmente, materializa el movimiento programado y entrega el texto
resultante output (salida de la
información).
En el contexto
de esta aplicación la escritura es el resultado de una integración
neuromuscular y la coordinación visomotora que permite fijar los signos
gráficos en un soporte (cuaderno, hoja en blanco, etc.). Si bien la escritura
es un acto voluntario, este proceso queda de cierta manera automatizada, todo
lo anterior implica que la escritura es el resultado de una actividad cerebral
que implica varias funciones de nivel superior que están interrelacionadas
entre sí. Entran en juego el lóbulo
frontal, el lóbulo parietal, el lóbulo occipital y el lóbulo temporal.
Finalmente
podemos decir que el proceso escriturario es complejo, debido que a través de
la escritura podemos determinar si el ser humano presenta a nivel cognitivo
flexibilidad de pensamiento, pensamiento concreto, acciones; a nivel relacional
podemos decir que se puede inferir si la persona se relaciona de forma más
concreta con los demás o es flexible a la hora de relacionarse y establecer
relaciones interpersonales, por último, a nivel ejecutor podemos señalar si
presenta adecuadas habilidades para ejecutar actividades simples y complejas y
resolución de problema.
Con lo que he
dicho en este texto quiero reafirmar mi convicción teórica y práctica que la
Psicopedagogía
no tiene límite y hay que saber adaptarse, ser flexible e innovador para poder
enfrentar de manera adecuada los diferentes contextos en donde nos podemos
desempeñar y responder a las expectativas y necesidades de las personas.
Gustavo Alvarez
Bruna, Psicopedagogo. Diplomado en “Resolución de conflicto en el ámbito socio
– familiar” y actualmente estudiante del diplomado en: “Neuroescritura forense,
análisis del comportamiento delictual”